Por Fitzgerald Tejada Martínez
La historia política dominicana demuestra, una y otra vez, que *el mayor costo para los partidos no es la derrota electoral, sino la división interna*. Desde Balaguer hasta Danilo, pasando por Leonel e Hipólito, los grandes tropiezos del liderazgo nacional han tenido una misma raíz: la ruptura de la unidad.
Las fracturas internas han sido, más que la oposición o las circunstancias, las verdaderas causas del descenso de quienes alguna vez gozaron del respaldo mayoritario del pueblo dominicano.
Cada experiencia, con sus triunfos y caídas, deja una enseñanza clara: «sin cohesión y sin coherencia entre las partes, ningún proyecto político perdura». Los éxitos electorales nacen del esfuerzo colectivo, de la disciplina y del trabajo conjunto; las derrotas, en cambio, surgen cuando los intereses personales sustituyen la visión común y la organización se dispersa.
Partiendo de esa lógica irrefutable —que la división conduce a la derrota—, sostenemos que *la vicepresidenta Raquel Peña es quien mejor garantiza la unidad del Partido Revolucionario Moderno (PRM)* para competir con fuerza y estabilidad en el certamen electoral del 2028.
Esta conclusión parte de un hecho cierto: además del presidente Luis Abinader —quien no podrá optar nuevamente por la candidatura—, «Raquel Peña es la única figura con la legitimidad, el respaldo y la confianza tanto del liderazgo perremeísta como de amplios sectores de la població», luego de haber acompañado al mandatario como su principal aliada y ejecutora en los últimos cinco años.
En otro ámbito de reflexión, la vicepresidenta ha demostrado *solvencia, madurez y capacidad política* para manejar con eficiencia las complejidades del tren gubernamental, asumiendo con éxito cada tarea encomendada por el presidente Abinader. Su desempeño valida este análisis y fortalece su perfil como figura de consenso.
Durante su paso por el Estado, con una participación de primer orden, «Raquel Peña se ha consolidado como una mujer firme, responsable y conciliadora», capaz de asumir decisiones difíciles sin perder cercanía ni equilibrio. Su liderazgo no descansa en la improvisación ni en la ambición personal, sino en una visión clara de lo que más conviene al país.